con la rabia, el miedo, la alegría o el afecto. Tiene una función adaptativa
para el cerebro humano, de supervivencia. La tristeza implica que algo se perdió en nuestra vida, una
expectativa sobre nosotros mismos, sobre
las relaciones, pérdida de un ser
querido… Y tiene que conllevar un proceso de duelo, que es la adaptación a la
pérdida. Tenemos que cerrar un capítulo, curar esa herida y abrir otra etapa.
manera en la que el cerebro se prepara para una etapa sin lo amado o lo deseado…
creando una construcción interna, simbólica, imaginaria en que eso que se
pierde de forma real queda en nosotros de otra manera intangible, o la asunción
de otra realidad y nos prepara para la siguiente etapa.
pérdida y duelo son mal realizados frecuentemente. No hay un buen manejo de las
emociones en sentido general. No aprendemos a aceptarlas, a sentirlas y a
verbalizarlas para sanar.
devenir de la existencia humana, o algunas extraordinarias y no tan usuales,
queden enquistadas. El dolor asociado a la tristeza no desaparece sino que se
vive en un eterno bucle y las situaciones y estímulos de diferentes tipos,
visuales, auditivos, táctiles, sensoriales en general y de experiencia interna,
nos recuerdan y hacen doler esa herida no cerrada. Es un proceso de duelo no
resuelto adaptativamente. Se ha enquistado el dolor.
Por tanto, la tristeza es normal y necesaria. Lo que no es adecuado es como hemos aprendido a vivirla, o superarla con compensaciones patológicas, negación o rabia.
La Navidad está repleta de símbolos que nos han acompañado
desde nuestra infancia. Recuerdos familiares felices, sensaciones, sentimientos
de hogar, canciones… Y el periodo navideño con sus luces, sonidos, regalos,
tiene el poder de evocar en nuestro cerebro estas experiencias vividas de forma
repetida y placentera durante tantos años.
cuidadores maltratantes, negligentes o fríos, asociaran de forma frecuente
estos momentos al afecto no saciado, no seguro y si no han realizado un proceso
de sanación de la experiencia, revivirán
estos dolores tempranos.
que han sufrido, han sido sanadas, digeridas adecuadamente. Durante los
primeros años es normal sentir dolor con
el recuerdo y este va pasando para dejar lugar a los recuerdos felices que
sustituyen a los del duelo. Las pérdidas están asociadas sobre todo a los seres
queridos, pero también a las raíces, al
lugar de origen, en los que emigraron, las rupturas sentimentales e incluso
a las condiciones económicas.
La persona adulta ha experimentado muchas pérdidas al llegar
a la mediana edad. Si esas pérdidas no han sido bien resueltas, quedarán como heridas abiertas, traumas
emocionales. Los estímulos navideños evocan en el cerebro esas pérdidas mal
resueltas. El cerebro no es capaz de almacenar de forma adaptativa las
experiencias negativas y quedan como “congeladas” en la mente, activándose con
los estímulos asociados a situaciones parecidas o recuerdos de la experiencia
doliente. Como una herida que es tocada de nuevo y duele.
amargura y pensamientos negativos sobre esta época del año que tiene gran significado
al estar asociada a la familia, la infancia, el consumo, la alegría. Y tiene el
poder de evocar los dolores, sinsabores,
muertes de seres queridos, pérdidas en el estilo de vida o poder adquisitivo…
dolor, porque representan una
expectativa de vida, de futuro y llevan en ellos mismos, la alegría y gozo de vivir,
que también es capaz de provocar ese sentimiento en nosotros a través de las
neuronas espejo. La felicidad que ellos
sienten es reproducida por estas neuronas inundándonos por momentos de felicidad.
para muchos se convierten en algo agridulce, una mezcla de sentimientos y vivencias
encontradas.
inexorablemente el paso del tiempo de la vida. Esto es otra pérdida.
Necesitamos adecuar nuestras expectativas sobre nosotros, nuestro cuerpo,
arrugas a este hecho. No siempre es un proceso fácil. La juventud parece un
tesoro que hemos de conservar y nos empujan a sentirnos siempre jóvenes a pesar
de la realidad del cuerpo y la pérdida de las funciones vitales. Somos una
sociedad que maltrata a las personas mayores… así que no queremos ser mayores y
es inevitable. Y eso unido a los miedos a la enfermedad y la muerte hacen el
resto.
horas de sol, el frio, la lluvia… hay diversos estudios que indican que los
factores atmosféricos tienen incidencia sobre el padecimiento de trastornos
mentales en la población, sobre todo los estados depresivos, asociados a la
tristeza.
capacidad de realizar un duelo sano. Si se queda enquistado hay que acudir a
los profesionales adecuados. Existen tratamientos psicológicos específicos para
resolver el trauma como EMDR , que facilitan la resolución de los procesos de
duelo y la adaptación a lo nueva etapa de la vida que ha cambiado.
emociones de forma adecuada. Cultivar pensamientos positivos, quererse a uno mismo,
cuidarse durante todo el año y ser conscientes, evitando dejarse llevar por los
estereotipos de consumo, belleza, juventud y felicidad que esta sociedad impone y son
falsos.
recuerdo a los que faltan o a lo que falta
pero aprender a apreciar lo que hay en el presente, valorando las
pequeñas satisfacciones y momentos. No aislarse. Se puede vivir una Navidad sin
la parafernalia de luces y colores. Rodearse de personas que nos quieran,
compartir los sentimientos. Escuchar música y realizar actividades lúdicas y
placenteras, que no tienen que ser las propuestas por la televisión o la
sociedad de consumo.
Los seres humanos necesitamos ritos de paso, y la Navidad es uno de ellos. Sin embargo, podemos
vivirla de una forma más genuina, íntima y con valores más profundos y
personales. Esto se puede hacer desde una creencia religiosa, pero también si
no se es creyente. Cada persona tiene en si misma los valores de autocompasión,
bondad, sencillez, disfrute y la
capacidad de adaptación cerebral para hacer de este periodo del año, un rito de
paso sereno y feliz.